Cinco minutos más, má…

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Querido lector:

Me peleé con la Greñas.

Punto.

La Greñas siempre ha sido incisiva en sus comentarios, sincerota como ella sola y pues, políticamente incorrecta prácticamente siempre.

Punto.

 

Durante toda la vida de la Greñas, ella y yo nos las hemos arreglado haciendo un buen equipo: yo trabajo para ofrecerle la oportunidad de ser más y mejor que yo y ella es comprensiva, amorosa y paciente con una madre que llega de trabajar cansada, a veces harta de la gente, inestable y desesperada por una almohada; sin embargo esto cambió hace un par de meses en que entré en una breve pausa en mi trayectoria laboral y me dedico a hacer algo que en 10 años no había podido ni intentar: ser madre de tiempo completo.

Parte de mis nuevas actividades como madre incluye el poder ir por mi enana a la escuela 2.30 en punto y llevarla a casa para comer, comer juntas, hacer tarea juntas, jugar juntas, cenar juntas y dormir juntas. Amo mi papel de mamá, y amo sobre todas las cosas: estar juntas.

Te cuento: En la normalidad (es decir cuando le vendo mi alma al diablo por dos quincenas al mes) la Greñas se queda en la escuela en el “after school” (“After School: Dícese de esa maravilla escolar que se paga en efectivo y en el que las criaturas se quedan a comer, hacer tarea y a tomar un taller en la escuela hasta más o menos las 6:30 de la tarde –hora en la que 10 horas después de que llegamos en la mañana- los chamacos regresan a casa, pero en lo que dura nos da otras tantas horas de concentración laboral a los padres de familia con complejo de culpa). Mi hija ama estar en el taller de teatro, jugar y hacer la tarea con sus amigas, aun cuando el sazón de la cocinera escolar no es su favorito.

Bueno, la cosa es que desde que iniciaron las clases y desde que yo estoy desempleada, la Greñas ha repetido insistentemente en que ella preferiría, desearía, querría con toda su alma regresar a la escuela hasta las 6.30 de la tarde. Fue tanto el ahínco con el que me lo pedía que mi frágil ego de mamá lo interpretó como un “mamá, estás loca. Quieres estar conmigo como moco y yo no lo estoy disfrutando tanto. La única aquí feliz eres tú”.

Mi frágil ego y mi frágil interpretación me hicieron llorar.

(Pocas cosas son tan dolorosas como que la persona con la que quieres estar simplemente no quiera estar contigo con la misma intensidad. Maldito albedrío. Maldita libertad. Maldita maternidad aprehensiva).

-Greñas, si no te gusta estar conmigo, pues tendrás que aguantarte hasta que consiga trabajo y pagar el comedor sea una opción financieramente hablando. Ahora debes apretarte el cinturón y aguantarte como las machas mi presencia. Puedo alejarme de ti, si eso quieres.

-Má, yo no dije eso…

-Sí, lo has dicho todo el tiempo.

-Má, en serio no es eso. Es sólo que no estoy acostumbrada a estar contigo. Siempre llegas en la noche y yo muchas veces ya estoy dormida.

 

Sus palabras resuenan en mi cabeza de madre acomplejada: “No estoy acostumbrada a estar contigo” “No estoy acostumbrada a estar contigo”.

Mi hija, el centro de mi existencia, no está acostumbrada a estar conmigo.

¿Ves, querido lector? Ya empecé a llorar otra vez.

Un día leí que en el lecho de muerte nadie, jamás ha deseado haber trabajado un poco más y sí se arrepienten de no haberle dado tiempo a lo verdaderamente importante: el amor de sus vidas, la pasión de sus vidas…

Te escribo, querido lector, para ver si de chiripa mis palabras te sonsacan: acaba de leerme, suelta el celular, apaga la computadora y vete con los que más amas: vete a jugar con tus hijos, a cenar con tu esposa, a tomar una cerveza con tus amigos, ese café que llevas pendiente desde hace meses, la llamada que le prometiste a tu mamá, Skypea con tus hermanos, háblale a la abuela, no necesitas gastar mucho, siéntate a leer, salgan al parque, jueguen “basta”, no dejes, por favor no dejes, que los que amas se acostumbren a tu ausencia.

Cuando uno pierde algo (como un trabajo) y cambia toda la rutina y la normalidad y nos lleva a límites más allá de lo conocido, siempre encontramos consuelo en el bonito cliché de que “Todo pasa por algo” y esta vez pasó para entender que le estaba dando prioridad a lo equivocado. Siempre quise que la Greñas fuera más y mejor que yo (creo que así empecé esta historia) y le di todo el peso a la capacidad económica de tener acceso a otros lugares, otras historias, otra gente y olvidé la importancia de estar.

-Greñas, ya vamos a dejar de jugar. Te tienes que meter a bañar.

-Cinco minutitos más, má.

-Bueno, pero cinco minutitos y ya…

 

No bebé, no te regalo cinco minutitos más para que puedas jugar, me regalo cinco minutitos más de verte jugar, porque si mañana me llegaras a faltar no lloraría por pasar 5 minutos más en la oficina, lloraría porque querría estar 5 minutos más viéndote jugar.

Me los regalo, porque mañana que seas un adulto hecho y derecho y no sepas estar conmigo porque te acostumbraste a una madre ausente, no voy a lamentar no haber trabajado 5 minutos más, me voy a arrepentir de no haber estado a tu lado sólo 5 minutitos más.

Aún tengo tiempo. No sé si años, pero al menos sí, cinco minutos más.

…Sólo cinco minutitos, má…

 

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